Prólogo de «La luz de los vencidos».

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por Laura Yasan

     La luz de los vencidos transita una poética de un fino clasicismo que explora lenguajes coloquiales en tono de confidencia “con los dedos fríos de tocar los aviones/ el corazón cansado de remolcar tu sombra.”, por momentos rozando un tango “no me debe tu muerte más que un trago” y también transitando caminos alternativos de ruptura y experimentación.
En la cosmovisión de Guillermo Bianchi, los vencidos emanan cierta clase de luz que genera contrastes y paradojas “hay un cordero que le clava los colmillos al lobo”, “un ala negra sobre el cielo puro”. Si hay vencidos debe haber vencedores. El poemario todo es una cuerda exigida por ambos extremos, un gran oxímoron plasmado en versos como “todas las realidades me parecen ficticias/ todas las utopías me resultan posibles.”
Si bien se explora en el dolor, el amor, lo social y los vínculos, la poesía como materia, como cuestionamiento, se consolida en uno de los ejes más notorios de este libro, y en cuyas reflexiones o respuestas, Guillermo Bianchi da sus mejores acordes.
Esta voz única, roe significados existenciales en las calles del barrio y pregunta en cada poema, al hombre que los escribe, por qué lo hace, si “a la patria distante del poema/ se llega a pie/ después del desaliento”.
Dejarse alumbrar por “la luz de los vencidos” es una experiencia estética y emocional que recomiendo a todo lector.


Laura Yasan