por
Bertha Bilbao Richter
En esta nueva novela de Emil García Cabot se da la retroalimentación de la memoria, la literatura y la historia. En efecto, la memoria del autor le ha permitido la conservación de hechos vividos e imaginados y de informaciones obtenidas y, por medio de la reflexión que exige la escritura y su largo y exitoso oficio de narrador, ha logrado configurar individuos ficcionales que se insertan en procesos socio históricos de una región reconocible para los argentinos.
El microenunciado de su título Entre mareas, como marca paratextual, responde a dos funciones del lenguaje: referencial y poética y se constituye, en un nivel profundo de significación, como metáfora del texto reveladora de su sentido y, en la superficie del argumento, concentra, desde un punto de vista semántico, la idea del movimiento periódico del mar, soberano del destino de un grupo social: objeto de codicia por empresarios inescrupulosos y fuente de trabajo y supervivencia del pueblo pesquero “que vivía pendiente del mar y de los ritmos casi cronométricos de las mareas”, pero también, última morada de quienes nunca regresaron a sus hogares o deliberadamente enfrentaron el oleaje. Al mismo tiempo, la novela da cuenta de los vaivenes de una política mutante que determina las conductas individuales, esperanzadas o anómicas.
La idea de la vida como realización del proyecto individual de existencia que encarna Aurelio Folco, joven agrimensor de regreso a la vieja mansión de la estancia “Los Neneos”, compendia la axiología del autor. Allí ocurren y han ocurrido episodios que protagonizan o de los que son afectados quienes la habitan, en estrecha relación con Toscas Negras, una aldea de pescadores que, si bien es una realidad literaria, por lo tanto, artificial, muestra una historia; se dice de ella que tiene una fecha de asentamiento de su población y actividades productivas como la explotación de la sal, la cría de ovinos y la pesca, con sus correspondientes períodos de bonanza y de pérdidas económicas; en otros términos, hay un tinte histórico y de conflictos sociales tras las vicisitudes de la familia Folco y los lugareños. Esta imbricación entre lo fáctico y lo imaginado es uno de los aciertos de la novela cuyo acápite, breve fragmento de un texto de José Ortega y Gasset, niega el vivir como abstracción y afirma, en cambio, el significado de la vida de cada uno en su concreción, en lo que se es, conforme a las determinaciones de la voluntad y el ejercicio del libre albedrío que preconiza el pensamiento existencialista-cristiano; de ahí que los personajes protagónicos estén amalgamados para ejercer positivas transformaciones en su medio, a diferencia de otros que soportan resignadamente su existencia, transitan equívocos caminos o buscan su muerte.
Fiel a los cánones tradicionales, la novela es la narración del mundo privado en un tono privado y responde a los criterios de verosimilitud y al origen realista del género en la concepción de Wolfgang Kayser en una obra clásica de los estudios literarios. Los lectores apreciarán una geografía reconocible que enmarca a sus pobladores, con detalles de su ámbito social, su historia doméstica, sus problemas, sus costumbres, sus trabajos y momentos de esparcimiento, su habla puesta de manifiesto en los diálogos. En suma, el autor demuestra un vasto conocimiento de la realidad convocada para esta narración fictiva.
Como en su ya extenso corpus novelístico, García Cabot manifiesta su maestría, la perfecta fusión del estilo y la estructura de la obra que construye con el lenguaje más logrado en su trama narrativa y descriptiva, con diálogos incluidos y las cartas del protagonista a su amigo. Su punto de vista es el de un narrador omnisciente que revela, oculta o descoloca datos para acrecentar la expectativa de los lectores al administrar los secretos que no siempre serán revelados. El desplazamiento de su voz a las de los personajes aporta el sesgo poético sobre un tiempo lento, que a veces retrocede en la evocación de episodios del pasado o de un presente que parece detenido, como en la prolongada huelga de pescadores.
El asunto abreva en el mito: el retorno a la casa paterna del protagonista luego de un aprendizaje. Al finalizar sus estudios universitarios en Buenos Aires, Aurelio Folco ha decidido el reencuentro con sus padres y su realización profesional en su tierra natal, cuyo progreso y bienestar de su gente, desea. Pero su regreso no es el imaginado, de ahí que personificará el giro subjetivo en una historia tanto de su progenitor como de la inhóspita región árida y desolada, y advertiremos su empeño en una búsqueda de situaciones y acontecimientos que movilizan una quietud profunda y una rutina que se le va haciendo agobiante.
Los habitantes de “Los Neneos” parecen absorbidos por un continuo presente donde la coexistencia ha desplazado la convivencia que implica una comunicación que logre el acercamiento deseable: Una madre enferma, un padre que parece fuera de sí mismo y de la vida, Doña Herminia, encargada de los quehaceres de la casona y su hija Elsa, que se dispone a seducir al recién llegado como una diversión inocente de la que saldrá confundida. Un extraño dependiente es Manuel que ha sustituido su vida real y sus obligaciones cotidianas por la de su deseo, intenta lo imposible, “finalmente sucumbió víctima de sí mismo, como si su muerte hubiese obedecido a su propio e imperioso reclamo de muerte”. Páginas memorables las referidas a este personaje a través de sus soliloquios que expresan sus miedos y angustias de muchacho infortunado y de viejo enloquecido.
El flujo y el reflujo de las aguas marinas se homologan con la situación económica de la familia Folco. Despojos de tierras sufridas por el abuelo, la intermediación que está obligado a aceptar para la venta de lana y los vaivenes de la política sufridas por el padre, la efervescencia social en el paro de pescadores y la prolongada espera de trabajo por el joven agrimensor que participa de las aspiraciones colectivas transformadoras.
“La vida, como las mareas a las que ya estaban tan acostumbrados, continúa alternando sus períodos de altibajos con aquellos de estabilidad, en los que las aguas se remansan y todo parece deslizarse por ellas en forma muy lenta pero normal, sin provocar al menos grandes sobresaltos”, dice el autor al referirse a la decisión de Aurelio de partir de su casona representativa de un pasado de frustraciones y abandono para vivir un futuro compartido con Lucila, portadora de nuevas ideas: “Sin imaginación, hasta la más firme de las voluntades naufraga” había sostenido en el conflicto de los pescadores. Ambos jóvenes oponen “la tierra maldita de Darwin” a la promisoria Patagonia del perito Francisco Moreno.
La visión esperanzada del autor se refleja en una pregunta de Aurelio ¿Qué no podríamos hacer nosotros con la ciencia y la tecnología actuales? Y como constructor de caminos piensa: “...un camino siempre promete cambios. Es rumbo y meta, como en la vida”.
Emil García Cabot en esta nueva entrega que se reviste del carácter ejemplar de todo gran relato, recobra el valor expresivo de la imagen, siempre irradiante de significaciones – las mareas –, a través de ellas capta la analogía de órdenes diferentes: el de la vida individual y el de la vida de los pueblos. Del reconocimiento de leyes cósmicas surge esa emoción estética que le permite la percepción de una nueva etapa histórica superadora de tensiones y desgarramientos y una apelación a las nuevas generaciones a protagonizar la búsqueda de un mundo mejor.
Bertha Bilbao Richter
Buenos Aires, Septiembre de 2015.
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