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Isabel Krisch

¿En qué medida influyen lo ancestral y el humor en tus cuentos? Es notable la diferencia entre tu poesía y tu prosa por ese toque cómico. ¿Cómo explicás esa diferencia?

Cuando escribo poesía, ésta nace en mí de una manera natural, sin proponérmelo demasiado y me permito la palabra sobre aquello que me angustia o me preocupa como eso íntimo y visceral que no se puede explicar. Y es por esto que tengo una teoría que reafirmo cada vez que se me pregunta y que es que “en la poesía, el escritor no puede mentir”, aunque se lo proponga. El lector fino y avezado sabrá leer en el detrás de la metáfora la herida del poeta.

En la narrativa me esfuerzo por contar algo que pasó, un hecho verídico o una anécdota propia o ajena con la intención de que se acerque a un formato cerrado. No sé inventar, sólo sé que puedo ser un instrumento de concreción de un hecho real que conmueve. Es decir, siento que no tengo la imaginación para recrear algo que no haya existido. Con una historia que se me muestra, sí, le doy forma y color y lo cierro como un cuento. Todavía no he abordado la novela, aunque ella ya se me esté insinuando.

En el caso particular de estos cuentos que fueron a la antología: UN ARTE CONTADO, en realidad, no son todos cómicos. El único que, tal vez, llame más la atención por su tono chispeante y divertido, es “La Obra de Teatro”, que también es una historia real, obviamente, modificada y adaptada; pero, en esencia, real. Y es uno de los tantos episodios que me contó un señor al que le escribí la historia de su vida. Alguien muy particular, como un ángel, con quien compartí un viaje en micro desde Mar del Plata a Buenos Aires. En el trayecto, me fue narrando el transitar de sus ochenta y ocho años, lo que hizo que dicho viaje sea infinitamente ameno y corto. A partir de allí, entablamos una amistad, extraña y maravillosa, que concluyó en un libro de factura y cuerpo literarios.

Don Antonio, como se llamaba el señor, falleció pocos años después, dejándome muchas de sus enseñanzas, de su fino humor y, sobre todo, la certeza de que yo podía escribir narrativa. De que puedo ser el vehículo, el instrumento, para aquellas personas con historias de enorme riqueza, pero sobre todo con la profunda sabiduría que dan los años y los deseos de trasmitir. Con la intención de dejar ejemplo y maestría.

La Literatura me ha dado, entonces, además de esa posibilidad de contar aquello que no puedo evitar a través de la metáfora, la herramienta para ayudar al prójimo a concretar su sentido de perpetuidad. Y esto es para mí una de las mayores bendiciones que he recibido.

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