DIÁLOGO ENTRE EL LIBRO Y EL ALMA
por Jorge Luis
Estrella
Hace unos meses,
la conductora de un programa de radio por Internet dedicado
a la poesía, me felicitó porque yo había
escrito un texto laudatorio al poema de un colega. En este
libro que ahora nos convoca, no tenemos un texto laudatorio
a un poema, sino más de treinta textos que ensalzan
a la misma cantidad de libros (no poemas, libros) de poesía.
La conductora tendría que levantarle, por lo menos
veinte monumentos a David Sorbille, por un emprendimiento
espiritual de tamaña grandeza. Y, aunque sean varias
las trascendencias que se desprenden de este trabajo, mucho
lo que puede decirse acerca de los poemas que lo componen,
lo que resalta a primera vista, lo que impresiona, lo que
llama al aplauso y la reverencia es justamente ese magnífico
sentido de la solidaridad, de la actitud generosa, del
amor incondicional que ha puesto en marcha David, para
construir esta obra que nos asombra y enternece. Pero,
tal vez, si ampliamos el campo de mira, comprendamos que
esta admirable manera de acercarse al mundo creativo de
los otros que también escriben poesía, tiene
antecedentes y, sin lugar a dudas, surge inmediatamente
la colosal muestra de generosidad que se llama “Mis
Poetas Contemporáneos”, que el gran Gustavo
Tisocco creó y sigue llevando adelante. Y la alusión
a “Mis Poetas Contemporáneos” es válida
por más de una razón, ya que el propio David
tenía antecedentes de generosidad respecto a sus
colegas pero, en este caso, ya no se trata de “Semblanzas
Recobradas” en donde habla de Arlt, Cortázar,
Discépolo, Pizarnik, Santoro y otros con una lúcida
prosa que es un canto a la memoria de estos creadores indiscutidos.
Me corrijo, en realidad, es lo mismo, en el sentido de
que cumple con su compromiso en la difusión de las
personalidades y los textos que él considera han
dado su testimonio dentro de la literatura nacional. Pero,
hay dos diferencias fundamentales, en este libro los que
dan testimonio no son esos monstruos sagrados sino sus
contemporáneos, sus iguales, los seres de carne
y hueso con que se cruza tantas veces en reuniones poéticas
y, además, ya no tiene el recurso de la prosa que
investiga y muestra en base a conceptos, sino de la poesía
que se hunde en cada libro de esos creadores contemporáneos
y rescata las perlas con metáforas que ellos mismos
le prestan o las que su lirismo, con total convicción,
inventa. Son infinitas las variables que un poeta con la
creatividad de Sorbille puede poner en juego cuando, como
dice Maurois, se produce el diálogo entre el libro
y el alma del lector. Sólo voy a puntualizar algunas
de esas variables: Por ejemplo, cuando lo que nombra David
en su poema está unido a algún texto del
libro que ha sido el motivo de inspiración. Así,
en “vení, sentate a la sombra” de “Casa
que ves caminar”, Roxana Palacios dice: “Cabeza
en la piedra, ojos diagonales hacia arriba, los árboles
no te comen...” En el texto de Sorbille, esa imagen
se convierte en la autora eligiendo escribir: “Una
mujer reclina su cabeza en una piedra/ y en ese espacio
elige el recurso de las palabras”. En varios poemas,
David utiliza estrofas y cada una de ellas suele empezar
con la misma frase o palabra. Así, en Rossi es “Cuentan”,
en Cincotta es “Y después”, en Poblet
es “Ahora el poema habla de vos y...” En Carbone
se alternan “Pasos” y “Oficio de poeta”,
en Wencelblat cada verso comienza con un artículo
determinado y un sustantivo: la infinitud, la pasión,
la vida, el murmullo, las voces, el canto, la virtud, etc.
En el poema al libro de Tisocco, cada estrofa comienza
con “Para escribir este poema...” en evidente
alusión al texto “Para escribir un poema de
10 hectáreas” que, dicho sea de paso, es una
obra maestra. En “Bufanda de pájaros”,
Susana Cattáneo incluye exquisitos poemas cortos
acerca de los oficios de mujeres como la Exterminadora
que “ensarta su rayo/ en el ombligo del universo”.
Nuestro autor, dice que Susana “anuda recuerdos y
realidades/ con palabras y oficios/ tan singulares y sublimes/
como esa manera de alumbrarnos/ con tu poesía.” En
muchos casos, el texto de Sorbille discurre en tercera
persona en versos que se encadenan unos con otros deslizando
las ideas con virtuosismo y claridad logrando, con esa
marejada poética, un profundo goce del lector. De
pronto, como en el poema que acabamos de citar, la densidad
metafórica amaina y se convierte en un tuteo coloquial
que lo pone discurriendo con el poeta de turno como si
estuviera allí. Y suele estar ahí, como cuando
lee estos poemas en cafés literarios y el aludido
está presente. Lo hizo más de una vez con
el que me dedicó y, después de una primera
parte alucinante pasa a una segunda que me ha producido
lágrimas de emoción.
Es tanto lo que se puede decir de esta entrañable muestra de amor (por
ejemplo se puede decir que el amor está como esperanza en casi todos los
libros enfrentando como puede a los dramas e injusticias que nos aquejan hasta
asfixiarnos). Y el afecto y la nostalgia más puros nos dominan cuando
leemos los poemas dedicados a Susana Fernández Sachaos, Javier Adúriz
y Ernesto Goldar.
Voy a concluir con una ocurrencia mía al notar que las palabras que, además
de amor, más se repiten en el libro son el verbo “desnudar”,
obviamente con sus variables y “espejo”. Me imaginé, como
resumen de lo leído, a alguien que se vea desnudo en cuerpo y alma en
el espejo y que éste, multiplicado, reflejase toda la desnudez del mundo.
Es decir, los seres y las cosas sin el ropaje con que los adornamos y ocultamos.
En el poema dedicado a Liliana Díaz Mindurry dice así: “Subsiste
la ilusión final de una puerta que se abre a la vida/ como a los miles
de espejos y resplandores que se proyectan/ en poemas donde se refleja tu pasión
y la mía.”
Y esa pasión, David la pone de manifiesto en cada libro que publica y éste,
que ya tiene un lugar privilegiado en mi corazón, seguramente hará nido
en el pecho de todo aquél que lo visite.
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