por Norma Mazzei
Emprender una antología de lectura comprensiva, en la mayoría de los casos, presupone un desafío de tipo discrecional. Conscientes de ello, de que cada abordaje de obra a su vez declara una manifiesta alternativa individual, presentamos este encuentro de lectores, una agrupación variada y rica de trabajos, atinada e inscrita bajo el lema cortazariano de la complicidad.
Porque es, a nuestro entender, el mejor modo de conmemorar su legado, se ha elegido ex profeso el “Año Centenario de Julio Cortázar”, para con su evocación iniciar la edición que nos ocupa.
Durante el paulatino desarrollo de las teorías literarias –a partir del psicologismo del s. XIX-, los estudios críticos enfatizaron la figura del autor, las modalidades del estilo; consideraron las referencias biográficas que vinculaban la creación en su conjunto. Más tarde y por influencia de las corrientes lingüísticas, el foco se desplazó al sondeo estructural del texto literario, a su operatoria discursiva tópica y entrópica que preferentemente lo singulariza; claro que visto como un artefacto textual complejo y autosuficiente. Pero en las últimas décadas del siglo pasado, con el objeto de abarcar y especificar en completud el hecho literario, para evaluarlo en tanto plausible, el acento se puso en el lector, examinando aquellos aspectos de la recepción contemporánea a la obra tratada, como la evolución de sus efectos en recepciones lectoras realizadas a posteriori.
Esto produjo, sin dudas, la necesidad de nuevos planteos críticos sobre la concepción misma de la literatura, en su razón intrínseca, en cuáles serían las diferencias sustanciales que hacen del escrito llano, una excluyente obra literaria.
En el proceso de lectura, el lector empírico ejerce el acercamiento al texto a través de varias aproximaciones que conllevan mecanismos de asociación, inferencias, presuposición normativa, conjeturas, y otros procedimientos intelectuales que orientarán hacia los sentidos o el sentido más inteligible de la obra. En este accionar interno, intransferible, el lector efectúa reducciones conceptuales a medida que aprehende el texto. Seguramente el autor barrunta a su potencial lector, al otro latente que sombrea dentro del espesor de las palabras, al destinatario que resulta ser la mayor expresión de deseo y de alianza, a la que aspira y en la que se ampara el escritor. Deberá este lector implícito, en su trayecto de lectura, poner a prueba toda su competencia como tal para completar significaciones, reponer sobreentendidos, hasta coescribir espacios en blanco, con el intento de despejar la polisemia abriendo puertas al texto. Se trata de una actividad heurística que progresa de modo relacional, a fin de que se culmine en la apropiación interpretativa de la obra.
Se ha teorizado sobre el “pacto verbal” entre el autor y el “lector ideal” (J. P. Sartre), sobre el “lector modelo” (U. Eco), el “archilector” (W. Iser) y conforme adelantamos al comienzo de lo escrito, Cortázar nos habló del lector cómplice. Mientras lucubraba sus Morellianas-Rayuela, 1963-, ficcionalmente estaba anticipando la noción de ese lector, que para sí requería como autor “rebelde”. Con énfasis Morelli anotaba: “Provocar, asumir un texto desaliñado, desanudado, incongruente, minuciosamente antinovelístico (aunque no antinovelesco). (…) hacer del lector un cómplice, un camarada de camino. Simultaneizarlo, puesto que la lectura abolirá el tiempo del lector y lo trasladará al autor. Así el lector podría ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista, en el mismo momento y en la misma forma1.
En los capítulos que siguen la línea de los “prescindibles” para la fábula, el personaje-ideario del escritor- continúa desplegando su propuesta en nuevo apunte: “Por lo que me toca, me pregunto si alguna vez conseguiré hacer sentir que el verdadero y único personaje que me interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribo debería contribuir a mutarlo, a desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo”2.
Conocedor de la ingeniosa tipología de lectores anunciada por Macedonio y de la Teoría Estética de la Recepción que postulara Hans Jauss a mediados de los setenta, Cortázar explicita y argumenta su hora del lector pero concibiéndolo desde el contexto de la literatura latinoamericana; es decir, promoviendo un receptor acorde con la madurez literaria a la que se ha llegado en la región. Por entonces sostenía: (…) “los lectores que buscan en nosotros algo más que narradores o poetas, no son lectores pasivos, (…) buscan libros capaces (…) de ponerlos en nuevas órbitas de pensamiento o de sensibilidad, y además buscan que los autores de esas obras, cuando son sus compatriotas, estén cerca de ellos en el plano de la historia; su demanda es una demanda de hermandad”3.
Puntualmente, refiriéndonos a nuestra publicación, a la organización formal que constituye el corpus antológico, se decidió reunir los trabajos afines en cinco secciones: Ensayos críticos temáticos, Semblanzas biográficas, Artículos filosóficos, de investigación y educación, Aproximación a los textos, Reseñas, Misceláneas. Como podrá apreciarse, con distinto alcance y propósito, las aportaciones lectoras varían desde la investigación más especializada hasta el escrito somero o de divulgación, transitando formas, géneros y especies de la literatura actual.
El acto de leer permanecerá, aunque sujeto a transformaciones constantes porque “Tanto las capacidades de lectura, empleadas en un momento dado por determinados lectores frente a determinados textos, como las situaciones de lectura, son históricamente variables”4.
Como el anverso y el reverso del suceso cultural más sofisticado que ha logrado concertar el hombre, la comunicación por el lenguaje, el creador y el lector interactúan, se alían y se heredan por generaciones. Lectores cómplices todos y en cadena: quienes integran la presente antología, quien suscribe su prólogo, ustedes los recién venidos y los próximos que en un futuro hipotético lean este libro, tan así incierta e indefinidamente.
1- Cfr. Julio Cortázar, Rayuela, 79, Buenos Aires, Sudamericana, 1963, pp. 400-01.
2- Ib., 97, id., p. 439.
3- Las citas pertenecen a Conferencia dictada en el PEN Club de Estocolmo, Suecia, 1978
4- Pierre Bourdieu y Roger Chartier, El sentido social del gusto, Elementos para una sociología de la lectura, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2010.