por Jorge Luis Estrella
Eulalia Avila de Matula tiene una extensa trayectoria como fotó¬grafa y psicoanalista. Su pasión por contar historias fue relegada bastante tiempo pero emerge ahora victoriosa con la publicación de su primer libro. Las experiencias anteriores, le han servido, a mi entender, en su trabajo como narradora. Sus cuentos son fotografías del sufrimiento humano en situación límite ya sea que se trate de algún traumático desencuentro o de alguna terrible desgracia. Y digo que son fotografías porque describen descarnadamente, en crudo, una realidad patética con el sólo agregado, a veces, de la imaginación propia de todo escritor.
Sus personajes siempre caen en la trampa que les teje el destino. En muchos casos se trata de mujeres que ilusionan una conducta romántica y positiva del hombre con el que tienen una relación pero esta ilusión se frustra dramáticamente dejando al descubierto la más profunda decepción. Cuando la víctima del maltrato reacciona, parte con absoluto desdén y, entonces, el fotografiado es el hombre en su abrupta caída. Pero también el destino entrampa de tal manera que el personaje queda sumido en la más tremenda desprotección perdiéndolo todo, inclusive la vida.
En “Juan”, uno de sus mejores cuentos, nos dice que no pasó nada para luego contarnos que pasó algo terrorífico y concluir con que pasó lo mejor que podía pasar.
Lalia, así llamamos nosotros a la autora, sólo en muy escasos relatos, utiliza la prosa poética. Prefiere las criptógamas a las fanerógamas. Es de¬cir, es como si le atrajeran los helechos y no las plantas que dan flores. En general, no busca la belleza del texto sino la eficacia con que las palabras usadas, van directamente a desarrollar una trama comprometida con el mensaje que quiere expresar.
Los personajes y los ambientes en los que se desarrollan las historias suelen no tener nada que ver con la clase media o alta. Más bien se trata de mineros, sirvientas, calles de barrio, conventillos o hasta la truculenta pre¬sencia de un cementerio. Ambiente y actores del drama se complementan y se fusionan. Hay parajes agrestes de montaña y otros donde no hay nada. Los personajes, a veces, no saben lo que son como el poético y magnífico Cotorito o la enigmática Reina. Ambas criaturas habitan o transitan altas cumbres y también hay naturaleza rocosa en ese gran cuento que es “Fin de mundo”. En “Un lugar” es la búsqueda de esa región apartada, solitaria, con picos nevados todo el año, lo que mueve a la protagonista a abandonar un amor que luego le pasa la factura. En los cuentos de Lalia, rara vez los héroes-antihéroes quedan fuera del marco de referencia que le da el paisaje. Aún en el urbano, los colectivos, la aglomeración y las calles son partícipes necesarios para la concreción del encuentro y el desencuentro. Otra de las más lindas historias, encantadora por cierto, se desarrolla en Ámsterdam y puente, lluvia y casa de pensión forman parte de la narración natural y eficazmente.
En algunos textos, con lúcido sarcasmo, la autora critica a los falsos profesionales de la salud o a los políticos. Lo hace con gracia y humor con¬virtiéndose en verdaderas postales o fotos de la corrupción y la estupidez.
Los personajes femeninos, en varios casos, poseen una carga erótica contenida que las conduce a la tragedia o a lo patético. “Doña Elvira” es ejemplo de lo primero y “Buen mozo” de lo segundo.
Lalia maneja, con indiscutible inteligencia, la intervención decisiva de determinados objetos para que el drama explote y sea convincente. Así tenemos en “Don Benito”, la hamaca. En “La cuchilla”, obviamente la cuchilla. En “El Dr. Kullosnoff”, las pastillas celestes ovoides. En “La Ro¬senda”, la droga. En “Se fue”, las empanadas. En “Un lugar”, la carta. En “Doña Elvira”, la ropa tendida. En “Beatriz”, la joya. Es como si el destino pusiera esas cosas en el sendero, los personajes se tropezaran con ellas y cayeran al abismo que, de alguna manera, los aniquila, salvo que huyan a tiempo.
O sea que estamos frente a un libro de alguien que nació con el don para contar historias y que, aunque la vida la llevó hacia otros menesteres, gracias a Dios o a quien sea, ha llegado a tiempo para entregarnos el fruto de su creatividad. Aprovechemos este sabroso, jugoso y nutritivo alimento.