por Bertha Bilbao Richter
Una de las características de esta novela es la desmesura, tanto en lo que concierne a su estructura como en el lenguaje que la configura y la ideología que la sustenta, manifiesta en los diálogos de los personajes o en sus acciones y las consecuencias que generan no solamente en el plano individual sino también social.
Una esquina del Sur de la ciudad de Buenos Aires o el cruce de fronteras hacia la provincia, enmarca el espacio de esta ficción que encubre una visión del mundo de hoy, desde un escorzo barrial y desde una perspectiva filosófica y sociológica.
Si bien el autor indaga, entre otras cuestiones, en las causas sociales de la delincuencia e interioriza el pensamiento de las víctimas para expresarlas a través de su propia mirada, también hay una reflexión cuasi teológica de la concepción de paraíso, sea este celeste o terrestre, como así también de los infiernos que en la tierra son reversibles, ya que significan su opuesto para quienes no los sufren.
Luego del asalto a un almacén, el parlamento de un malhechor da cuenta de los riesgos que enfrentan quienes delinquen para subsistir sin trabajar y por conveniencia propia, a diferencia de los pobres multiplicados por los propósitos de un sistema que gobierna el estado y que resultan siempre sobreprotegidos. Subyace también la idea de la maldad y la bondad en una pregunta: “¿Qué potencialidad reside en un ciudadano común para convertirse en una bestia repugnante?” y en una afirmación que conduce a la excepcionalidad de los hombres buenos, siempre en minoría. Pero también está latente la ambigüedad ética: “No tenemos nada que ver con ese malandraje barato que mata y se extravía por una dosis de droga en mal estado, pero si la pudiéramos comercializar nosotros...”.
La novela plantea la índole de la naturaleza que se manifiesta como esencialmente malvada: “¿Es posible la concepción de algo tan horripilante que una cadena alimentaria?”. Además, vivimos en un planeta que permite la coexistencia del azar y el determinismo, 8 9 con una vida humana consciente de su tránsito hacia la muerte, en las opiniones de sus personajes. La voz narrativa rememora la historia antigua de los pueblos de Oriente, luego, algunos de Europa, para concluir en que nunca dejaron de asolar el planeta y explicitar que en el siglo que transitamos, es igual el sino de la humanidad: la tensión generada en la enemistad generalizada. Hay agudas reflexiones acerca de las grandes tragedias humanas, de la intolerancia, el genocidio, los desencuentros de las personas tanto en lo social, en lo político, como del mismo modo, en la vida cotidiana. Aproxima a sus personajes a un existencialismo sartreano, vestido con ropaje contemporáneo: todo lo que acontece puede ocurrirnos a cada uno de nosotros, pero Carlos Enrique Berbeglia avanza en un novedoso concepto de solidaridad que debe despojarse de su limitación formal para colocarnos en el lugar del otro, más precisamente, “ser el otro”, y en este punto, se advierte al filósofo que marca las diferencias entre solidaridad, tolerancia o simple aceptación. Algunos diálogos entre los personajes impiden a los mismos sentirse dueños de la verdad, también cuestionada en la novela en su aspecto filosófico. No deja también de ironizar las discusiones entre quienes se rotulan filósofos, que parecen esperar siempre la aprobación de los demás o que adoptan el monólogo que deja a los interlocutores “detrás del muro de toda comunicación posible”.
La novela de Berbeglia exige a los lectores la construcción de un sentido dentro de un cosmos de significaciones en el que él mismo está implicado como narrador-narrante. La lectura será, entonces, una trayectoria individual que, como dice De Certeau, nos llevará a ser “cazadores furtivos” ya que advertiremos relaciones evidentes o insinuadas que vinculan ideas, creencias, conocimientos, experiencias que han puesto en juego una interacción discursiva diestramente elaborada por la competencia de un escritor que muestra una perspectiva de observación del mundo desde la alteridad.
Si centramos la atención en el tema del viaje, frecuente en la novela de aventuras, sería fácil su ubicación en este rubro. En efecto, el autor diferencia los viajes “cotidianos” de los “nuevos” y los de “descubrimiento” que posibilitan distinta índole de experiencias.
De ahí que nos ofrece una síntesis del universo chino, hindú, grecolatino, judío, azteca y otros tantos “con el común denominador de la ignorancia, el resentimiento y el terror haciendo presa de sus habitantes (...)”. Todos ellos tributarios de una vida “Primera” sostenida por una organización jerárquica y cuyo castigo es la muerte.
La rebeldía y la mutación origina a los “Terceros”, una sociedad ideal sin dioses ni héroes que eliminó los recuerdos de una historia oprobiosa. Es esta una sociedad que había logrado sustituir la muerte por “un sueño del que se despertaba voluntariamente en uno mismo”. Más adelante sabremos que se trata de viajeros interestelares visitantes que no dejarán más que su recuerdo y la certeza de que los personajes de la novela, que se homologan con nosotros, seguirán siendo “segundones”.
Subyace en la novela una aguda crítica a la condición humana y una acentuación en los aspectos negativos de la vida sobre la tierra.
No está ausente el rechazo a las ideologías políticas, el cuestionamiento a la noción de verdad, de justicia, de libertad, a la capacidad del hombre de lograr una comunicación eficaz, al contenido de la TV, a la música de moda y el fútbol entre otras imposiciones contemporáneas de esta sociedad global que nos afecta con la “rinocerontitis”, en la expresión de Ionesco.
En el inicio de toda sátira hay un proceso de disociación que asume el sinsentido de todo, pero con la suficiente lucidez que lleva a pensar de inmediato en la inhumanidad de los habitantes del planeta. Gracias a su estilo y temperamento se advierte el disfrute del narrador-narrante al pergeñar una utopía que-sabe-solamente se sostiene con los pilares del arte que aúna intelecto, fantasía e imaginación en forma de juego discursivo hábil y talentoso. El mensaje de la novela no intenta probar nada, sólo ilustra nuestra inercia 10 11 doméstica alterada por el amor, que no es más que una situación evanescente o el temor a la muerte que, por fortuna, no es omnipresente.
Su tono es por momentos burlón, prudentemente moralizante, digresivo pero heroico en lo que concierne a la búsqueda de la libertad de pensamiento y de acción individual y colectiva.
Que el mundo imaginativo de Carlos Enrique Berbeglia sea o no un mundo sin Dios en el sentido ortodoxo, es algo que debemosdejar a los teólogos. Desde mi modesta opinión, hay una epifanía de la divinidad en la implicación de los emisarios de la luz: el niño-adolescente y aquel adulto que nos recuerda por su nombre al matador del dragón y así también, aunque en menor medida, en Concilia, por su relación profesional con los animales y una única experiencia irrepetible. La lucha entre el mal y el bien está perfectamente equilibrada como así también el reconocimiento de los valores y virtudes individuales capaces de contrarrestar la desordenada realidad contemporánea.
Como toda novela que despliega un argumento alegórico, requiere de pistas, que el autor ofrece: “Quien emprende la escritura de estas páginas es el cronista inicial (...) al haber logrado observar, como si estuviera provisto de una lupa, o, mejor aún, de un microscopio (...) no tanto para volverlos comprensibles, (se refiere a los hechos) desde que no ofrecen dificultad argumental, sino, más bien, para proceder a su reordenación” , o, cuando fija su posición como autor: “Lo mío es solamente una técnica de pensamiento: invento otro que soy yo mismo y me antepongo argumentaciones que, a la fuerza, debo superar para quedar airoso”. Por otra parte, las sucesivas tríadas: la cofradía de los malhechores, Esteban, Lucio y Germán, unidos por el compañerismo, la amistad y objetivos comunes: enriquecerse; las tres mujeres: María Virginia, Hilda y Concilia, que presentan distintos aspectos de la femineidad; Jorge, Tomás y Salvador cuyas conversaciones son verdaderas argumentaciones, entre otras, las que llevan a pensar en las relaciones azarosas o causales que el decurso de la vida ofrece.
Berbeglia no oculta su condición de poeta, de ahí que su prosa entrega páginas memorables, no sólo por su contenido reflexivo sino también por su valor estético, como cuando escribe sobre la muerte, o el olvido benéfico o transmutado en un mal amenazante y, del mismo modo, en las conversaciones entre el Geranio y la Margarita o la Llovizna y la Brisa.
En cuanto al “yo mismo” inventado en la novela, parece ser, por un lado, el adolescente Emilio devenido en Enigmio, de presencia simbólica, y por otro lado, el visionario Jorge del Dominio, tenido por suicida y reaparecido en las sierras cordobesas y cuyo secreto no es develado en la novela, como no son develados los secretos del autor mismo.
Finalmente, la ilustración de tapa, sobre el dibujo de Facundo Demarchi, representa al payaso “mamarracho” que el autor hace hablar como ventrílocuo. Su sonrisa artificial parece brotada de la profanación del propio existir, “resume y actualiza la desdicha”, dice el narrador-narrante que se involucra en el texto que entreteje y que lo refleja en su textura.
Una novela desafiante para lectores capaces de completar el símbolo.
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