En esta segunda novela que Josefi na Leyva ambienta en la República Argentina
rige la visión de la “dura piedad” del hombre por el hombre. La escritora,
exiliada del régimen castrista, conoce la vida del confi namiento de sus conciudadanos
y se confi gura en parte como alter ego de Agustín, el protagonista
cubano, hombre culto y poeta, que fi ltra clandestinamente sus versos fuera de
la prisión, mientras purga un asesinato en el tenebroso presidio de Ushuaia,
en el extremo sur de América, “donde parecen agotarse a la vez el mar y el
latido de la existencia”.
El personaje lleva el poder balsámico y sacralizador de la palabra, del
conocimiento, y del amor al espacio de abyección y crimen de la cárcel. El
autocontrol, la bondad y la sabiduría del anciano neutralizan la violencia
de los compañeros a los que su trato reviste de dignidad. Como poetizan
la guerra José Martí o Tolstoi, a quienes la autora admira, ella poetiza el
encierro más cruel que se pueda concebir e idealiza a los homicidas, cuyas
vidas investigó, con la convicción de que sus conductas están alentadas por
fatalismos biológicos o sociales o por anomalías del psiquismo, que enumera
en detalle.
El personaje ilustrado y lector da pie a correspondencias y fugaces referencias
metaliterarias y fi losófi cas. La compasión con el sufriente y el pecador y la
dilución de la culpa se anuncian en la referencia inicial a Crimen y castigo de
Dostoiewski, el primer libro que entrega el preso- bibliotecario. El tema de la culpa atenuada y la pena siempre excesiva y cruel se inicia en esta escena. Para
Leyva cada hombre no es sino ese «jardín imperfecto» que considera Montaigne,
condicionado y sumido por fuerzas diversas, pero capaz de modelar
su trascendencia mediante la libertad interior y la entrega a los semejantes.
Esta convicción instala asimismo los conceptos de “karma” o de “maya” que
inspirados en estudios de las religiones orientales ya había presentado la narradora
en su novela Entre los rostros de Th ailandia . El fatalismo y la libertad son
tópicos axiales tratados por la autora en esta nouvelle.
El entramado narrativo, y la exploración de los sucesos y personajes de la
“Cárcel del fi n del mundo” permiten a Leyva fugaces refl exiones sobre los
errores del marxismo o del anarquismo, a propósito de la prisión y huída de
Radowiztky, el asesino del coronel Ramón Falcón. Dirige también su compromiso
inclaudicable en la crítica insistente a las perversiones del régimen
carcelario y a los abusos contra la mujer, dibujados en las estampas del discurso
directo en que el registro del habla culta alterna con los extranjerismos de la
polaquita efímera o con el lunfardo de los delincuentes y guardianes.
En la segunda parte de la obra, la persistencia temática, se continúa en el
tono lírico que la poeta Graciela Bucci imprime en sus versos a la dualidad
de la vida. La búsqueda de claridad semántica de Leyva en las precisiones sobre
el “exilio” y el “destierro”; la “cárcel” y la “prisión” cobran en las imágenes de
Bucci corporeidad metafórica. y entonces el presidio se vuelve, como la vida
humana, “mole inexpugnable”, “ceguera” y “grito”.
A la oquedad asfi xiante del hombre encerrado y solitario la poeta busca, a
veces, una salida esperanzada “porque ave, roca, cielo, monte, río/ imperarán/
por siempre” frente a las “súplicas que encriptan las paredes” y a una justicia
humana y divina cuestionada y zoomorfi zada en la escritura, porque tiene
“ojos de tigre haciendo frente al miedo/ un brazo de cartón sobre la Biblia/
cada tanto un recuerdo de fuego en el estrado”. Otras veces, la solución al encierro
es el suicidio, último reducto del hombre en su “salto hacia la libertad”,
que en “el peso de los grillos, orientó su cuerpo hacia el abismo/ y fue trépano
en las aguas redentoras”.Con los epígrafes de San Francisco, de Ortega y Gasset, de Rafael Alberti
o de García Lorca se completa la voz de Graciela Bucci, la lengua de su imaginación
para nombrar lo más temido por cada hombre: condena, encierro,
soledad, culpa . Musicalidad y fuerza designativa son dones de la autora que
con “trépanos”, “cepos”, “uñas virulentas”, “festín pavoroso de herejes”, engarza
el concepto de asfi xia existencial sólo sustentable por el conjuro del sueño, la
espera y, las alas salvadoras de los reclusos y de las mujeres prostituidas.
Si el lamento de Graciela Bucci: “cuánta historia recóndita se lavará en
la nieve” es motivación para el texto testimonial, importa a la novelista y a la
poeta, más que la recreación histórica, la agitación del enunciado de Josefi na
Leyva que nos comprende a todos: “¿Quién es el culpable y quién el inocente
aquí?”, brotado de la experiencia de cada personaje. Una estrofa da la respuesta:
“Aún así/ y pese a todo/ suele haber en cada abismo propio/ que será bendición,
goce o locura/ un soplo apenas perceptible/ de frágil esperanza”.
María Elena Vigliani de La Rosa es argentina. Actualmente
es Profesora Titular de Expresión Oral y Escrita en la Maestría
para la Magistratura Judicíal en la Facultad de Derecho
de la Universidad Austral, en Buenos Aires. Antes, fue profesora
en la Universidad de Belgrano. Ha impartido conferencias
en universidades extranjeras. Realizó estudios de
perfeccionamiento en Literatura Norteamericana e Inglesa
en el Círculo Hispanoamericano de Princeton. Publicó el
poemario El fondo de la luz y fue Premio de Ensayo Manuel
Mujica Lainez. |