…tu cerebro arde, como un rencor no resuelto/
sometido a la obligación de la tumba:
todo lo que debe saberse, para después vivir por razones entumecidas./
Levántate y anda, patea la mesa,/
el lenguaje de la vida que otros han consumido
para que nazca una relación creadora/ entre
tus ojos y el sol, el yo libremente encadenado
a los días personales.
Joaquín Gianuzzi
por Sebastián Jorgi
“AQUELLOS SINUOSOS DÍAS PERSONALES….”
Graciela Licciardi va atravesando pérdidas y culpas por la vida a contramano, acosada por extrañas voces en acordes de tango, ese universo más allá, en donde se entreveran cuerpos que parecen bailar en esos salones históricos de piso de madera. Pero la poesía excede límites y convoca a ese hijo grande, hijo sin madre, hijo sin mí, un desesperado grito del alma. Lo confesional traduce un poemario fuerte y la obsesiva melanco está nutrida con la herida absurda y un extrañamiento existencial de no ser. Todo parece empujado y es posible que ese yo poético no sabe a ciencia cierta qué trole hay que tomar para seguir, para citar aquel tangazo de mi querido amigo Cátulo Castillo, poeta grande del tango.
Graciela Licciardi, pasional, nos habla de ese mundo de locos y de putas y mixtura en su derrame lírico a Lepera y a la Bersuit, gorriones en otoño y muchachas que acaso sonrían en sus soledades de rincones de bares. ¿Alter ego de sensaciones propias? Leamos y gocemos a la hacedora de estos versos perseverados, obstinaciones escriturales de tanto fatigar la vida, desde aquella niñez en Parque Chacabuco, en esas casas ruidosas de chapas, bajo un cielo emparrado, cobijando patios de baldosas flojas o portland desprolijo.
Y sigo leyendo, para percatarme de ese andador sufrido de la poeta muriéndose de amor, intentando con éxito contra-artes poéticas, ese callado verso le otorga ruido/ a lo que no debe decirse, hasta con un gusto irónico, pregun tándose cómo escribir de las estrellas sin que suene cursi o esperando ese destiempo, un lugarcito en el no lugar, ese u-topos doloroso posiblemente con la sombra de un odio que puede llegar algún día.
Pero siempre está el amor de esa piba de barrio contra las culpas, para esgrimir regresos, recuperando tiempos y espacios idos, lejanos, acaso felices. Épocas de la barra de la esquina, de anécdotas inventadas por muchachos alegres por el vino o la cerveza.
La autora va desplegando el poemario con sentidos homenajes a Discépolo, D’Árienzo, Pichuco, Pugliese, Cadícamo, Rivero, –entre otros íconos insoslayables del tango– poetas, cantores y compositores que uno por uno fue encontrando Graciela a través de esta vida a contramano. En este poemazo totalizador, los va nombrando con minúscula, de manera que juegue estilísticamente la memoria, para seguir rescatando esos cuadros únicos con Azucena Maizani, (la Ñata Gaucha), la Tana Rinaldi, la inolvidable Rosana Falasca, María Grañas, Tita Merello y Beba Bidart. Y entonces, en este friso tanguero de rompe y raja, me encuentro con Cacho Castaña, Piazzolla y Stamponi.
Y por ahí nos pinta algunos arquetipos de Buenos Aires como la solterona del barrio desprestigiada por los vecinos, porque la gente es mala y comenta. Con cuadros de tardecitas soleadas y sillas en la vereda, tomando unos matungos, en esas casas viejas o en los patios de los conventillos.
Y de pronto la vemos observando esos cabeceos para invitar a la pista a bailar, sí: quizás sea una manera de amortiguar la forma de los sueños, de disimular la que no soy, de golpe en un viaje a la memoria en la que nos hemos visto andando en bicicleta con la figazza de pan y manteca en la mano, o, atisbando esas dos sombras afilando recortadas en el farol contra la vieja pared, o sobrellevando ternuras oxidadas, reinventando garúas y zaguanes.
Cosmovisión de englobar tango-mundos, aquellos ambientes y geografías de los años de cercos y glicinas, rescatar ese lenguaje tan vistoso medio lunfa, –atención: no descarta figuras creacionistas– reponer lo coloquial, ese letargo gris, ese concierto melódico de voces, la esencia del tiempo de calesitas, la entrega de las maestras clásicas, es todo un acierto, un aporte cualitativo y grácil a la poesía de hoy.
Y ya que digo hoy, coincido con Graciela en que es verdad que cuesta bastante ser la rosa, pero quedate tranquila, te disculpamos si te has puesto un poco pretenciosa, no es nada, habrá que recuperar esa otra mitad que alguna vez fuimos, en las que sonreíamos, aunque sepamos que es casi imposible que te redima el tiempo. Y sí: vaya si te entiendo: yo también contemplé esa triste algarabía del corso de asamblea, esperando la palabra que no llega.
Gracias por este libro nuevo, tan tuyo, que me ha conmovido, por la vida a contramano: afortunadamente, no habrá estrole, seguirás peleándole al absurdo con la excelencia de tu pluma.
Querido lector: A bailar, a bailar, que la orquesta se va…
Sebastián Jorgi
Preludio para un libro con alma de Tango transfigurado en poesía esencial
Me ha producido un profundo regocijo este libro de Graciela Licciardi, tanto por su belleza poética como, algo raro de hallar, debido a su potente carga de Tanguitud. Y como el tango es el revelador de la Tanguitud, ya desde el poema “por la vida a contramano”, que le brinda el título al poemario, la autora trasmite la misma vibración del tango de Cátulo Castillo “La última curda”, cuya esencia se vierte íntegra en el verso de Cátulo “la vida es una herida absurda”…tan espiritualmente afin a lo que aquí nos canta Licciardi:
“por la vida a contramano
sigo peleando al absurdo
a esta obsesiva melanco
por heridas que parí
como surcos que se abren
sobre mis brazos gastados
son las garras que me animan
es la fe que me sostiene
y nada lo va a impedir”
Sin embargo, como podemos comprobar, la poeta, por momentos, logra superar la melancolía que hace estremecer a su estro poético; y lo consigue mediante la fe.
Sostengo que no está habitado por la Tanguitud sólo quien compone, escribe o interpreta un tango, o lo canta o lo baila, sino también aquel ser que “vive y encarna la vibración existencial que concentra en sí la manifestación
tanguística”. Y Graciela Licciardi está plenamente imbuida
en ello…porque es una poeta esotérica y visceral como
lo es el tango, y en esto radica la esencia de la Tanguitud.
Graciela está dotada de una sensibilidad que le permite
percibir todo lo que concierne al ser humano y a la vida.
Y esto es lo que se revela, asimismo, en los tangos.
Con un lenguaje peculiar, regalándonos instantes de
lírico surrealismo, nos adentra en los meandros propios
del tango, que no son otros que los de la vida, haciéndonos
sentir lo que significa la nostalgia, la melancolía,
el tedio, la soledad, el amor, la muerte, los sueños y el
propio Tango.
Cada poema merece un estudio detallado, pero para
no dilatar demasiado este “preludio”…expondré sólo algunos
ejemplos que rutilan a lo largo de estas páginas,
que me han impresionado vivamente.
Disfrutemos de la tanguitud que se respira en los poemas
que voy a mencionar, enriquecidos por pasajes exuberantes
de lirismo, tal como se puede apreciar en los
fragmentos que he seleccionado.
“y cuando digo tango”
está abierta la luna a medianoche
y un mundo de corcheas y de fusas
es el espacio precario
donde se inventa el cielo
y el tango cabe en un suspiro”
Pasemos, ahora, a estos versos que he escogido del
poema titulado “porque en la sangre te llevo”, que concentra
todo el ardor el tango “Pasional” de Soto y el músico Caldara, que nos parece estar oyendo en la voz
de Alberto Morán con la orquesta de Osvaldo Pugliese.
Dice así Graciela Licciardi:
“el vino me llega
como un viento de fuego
a mis labios agrietados
fruto del sexo y mi yo
quebrado por la lluvia del no sé
y es que no se dice
porque en la sangre te llevo
y ni siquiera es urgente
que lo sepas”
Y cuando leemos “estás anclado en mí”, refiriéndose
al tango, no podemos dejar de pensar en la pieza de Enrique
Cadícamo: “Anclao en París”.Nuestra tanguísima
poeta se expresa así:
“un tango se hospedará en París
de modo que estará entre gorriones
acunará certezas
y arderá el polvo en cada letra
para nacer a medianoche
posará sobre mi sombra
un sol frío de arrullos y de penas”
Con el mismo título del tango de Sucher y Bahr: “muriéndome
de amor”, que inmortalizó la orquesta de Alfredo
de Ángelis, cantando Oscar Larroca, Graciela Licciardi, en un arrebato metafísico, nos entrega estos dos
versos inquietantes:
“busco causas para justificar su muerte
invento desajustes en el tiempo”
En “uno por uno los fui encontrando” lleva, al lector,
precisamente al encuentro de algunas de las figuras inmortales
del tango, y lo hace a través de un desfile vivencial
que nos permite remontar el tiempo con el soplo
mágico de la remembranza.
Es como si lo estuviera escuchando cantar a Fiorentino,
en el año 1941, con la orquesta de “Pichuco”
(Troilo),interpretando “Toda mi vida”, el tango de José
María Contursi y Troilo,…al ir leyendo el poema de Graciela
titulado “toda una vida”…que culmina con estos
versos:
“ahora salgo a la pista
a danzar con la muerte
que me aprieta la cintura
y me dejo rescatar
por fin
de la burla de este mundo”
Y así podemos paladear la impronta lírica y a la vez
metafísica…al llevarnos a danzar, junto a ella, con la
muerte, por medio de un brachazo grotesco entre goyesco
y discepoliano.
El AMOR es otro de los temas que sobrevuelan estas
páginas logrando su consumación lírica –adolorido por la
soledad– en el poema “desde allá abajo traje mi sombra”.Tango, erotismo y muerte es un terceto que, cada tanto,
reaparece (como un leit-motiv) en la poética de Graciela
Licciardi y se manifiesta con vigor y transparencia en
estos versos de…
“mi siento en la silla de tu cuerpo”
“en un tango me renuevo
un instante fugaz me entrevera
ha de ser porque te muerdo
y la pequeña muerte nos salpica”
Un alma plena de ternura, de amor a un semejante
que vive marginado, “embebido en miserias”, es lo que refleja
ese canto a la soledad, de acento estremecedoramente
melancolico, que Graciela licciardi tituló “me abraza
fuerte el último linyera”, del que rescato estos cuatro versos
de poesía pura:
“hizo temblar la luna
y esparramó poesías de la vida
lloró húmedamente en mi regazo
la sequía de sus sueños”
La dinámica de la memoria –siempre presente en esta
obra– actúa en plenitud, proyectando la esencia del amor
desolado con sus dosis de erotismo y nostalgia, en dos
gemas poéticas tituladas: “y por debajo los jazmines del
dolor” y “seré el balcón de la casa de tu alma”.
Desde Pascual Contursi hasta Homero Expósito, pasando
por Cadícamo, Manzi, Cátulo Castillo, Discépolo,
Celedonio Flores, García Gimenez y Carlos Bahr –entreotros vates de jerarquía del Tango–, en las décadas de
1920 y 1940 se hizo captable una escritura surgida de la
mirada y de las sensaciones mediante la humanización de
las cosas y los objetos…al transferir en ellos los estados de
ánimo del (o de la) protagonista. Esos poetas fueron precursores
del “Nouveau Roman” (la Nueva Novela francesa)
de los años 50, y entre los grandes escritores contemporáneos
que lo hicieron con excelencia se destacan
el uruguayo Felisberto Hernández y la ucrano-brasileña
Clarice Lispector.
Y hoy se confirma que también va hollando por esta
senda, rica en matices sensoriales, Graciela Licciardi
quien humaniza los objetos y las cosas a través de la poesía,
poniendo de relieve la angustia existencial.
Cito dos ejemplos maravillosos. En primer lugar… el
poema “hay una casa que piensa en el vacío” –que ya en
el propio título manifiesta ese “subjetivismo-objetivista”,
(curiosa paradoja) –. Aquí aparecen “ventanas transparentes
delatan” y “una almohada tibia de tristeza”. Y lo
mismo sucede con el poema “justo adentro guarda la palabra”,
que contienen versos de una profundidad y una
riqueza estética dignos de figurar en una antología de
poesías magistrales.
En suma, Graciela Licciardi –como los poetas vibrantes–
con este libro nos hace sentir la angustia sobrecogedora
que provoca en el ser humano la ineluctabilidad de
la muerte o la voracidad del tiempo, y nos brinda –a la
vez– una intensa alegría interior provocada por esa poesía
plena de equilibrio entre idea, sensación, emoción y memoria
incesantemente activa…logrando que todo conjugue
armoniosamente entre las melodías y las singulares
disonancias de su verbo, haciéndonos palpar las luces y
las sombras de la interioridad del ser.
Tomás Barna
nostalgias pertrechadas
En un preciso momento/el recuerdo decae;/ muere el
recuerdo más pleno y declina/ el hábito, la comodidad de
nombrar,/si se puede, algo.
Con los brazos bajos y los ojos sordos/ un pez inaugura en
el agua del pensamiento/ una memoria aturdida, un
recuerdo falso/que se escribe.
JORGE GARCÍA SABAL